16 de diciembre de 2013

TEXTO DE NOTA PUBLICADA EN EDICION DE LA ESTRELLA DE VALPARAISO.

Texto completo de la nota publicada en la edición  de La Estrella de Valparaíso.

Acaba de salir del hospital San Pablo de Coquimbo. El cuerpo lo tiene lleno de llagas y, si comete el error de moverse mientras duerme, no sólo se despierta, sino que le sobreviene un dolor tan grande que lo hace gemir; en ese preciso momento se da cuenta de que la piel se le ha pegado a las sábanas.

Después de que se retiró de la Fundición Ventanas, la piel de Eduardo Castillo Castro, de 69 años, se transformó en lo que es ahora: una carpeta quebradiza, llena de ampollas y que se van reventando, una tras otra. Luego, aparece el mismo color del cobre en proceso de sulfatación: verde intenso.

No es una pesadilla, sino una cruda realidad: de hecho, a Castillo Castro le llaman “El hombre verde”.

Metales pesados
-Es el color lo que se me pegó después de tantos años trabajando en esa fundición –dice el aludido, al teléfono.

Partió trabajando en Ventanas-Enami el 8 de marzo de 1971 y estuvo allí durante 30 años. Perteneció a casi todas las secciones de la planta. Cuando estaba en Control de calidad, sus funciones eran junto a hornos que quemaban metal a más de 1.200 grados Celsius: en ese lugar, él y sus compañeros se acercaban a la máquina y los gases que salían de los compartimentos de fundición se les pegaban a la nariz de inmediato.

Cuando tragaban, percibían una sensación de dulzor sintético que se les adhería a la garganta. Sabían del peligro del plomo: les hacían exámenes, les decían que debían tomar leche, pero nunca sintieron algo raro. Es más, se creían fuertes y sanos.

Nunca supieron del arsénico, el mercurio o los gases y químicos que fueron absorbiendo con los años.

“Es como si los químicos que inhalábamos nos mantuvieran inmunes a los males, porque cuando los primeros compañeros se retiraron, recién comenzaron a sentir enfermedades. Mi piel se puso con ampollas a los dos años de salir de Ventanas, y luego mutó al color verde”, dice.


Luis Pino Irarrázabal hace el contacto telefónico con Eduardo Castillo. Es técnico químico de profesión y también trabajó en la sección Control de calidad de Ventanas-Enami, desde 1978. Había estado en la empresa por más de 10 años en otras divisiones, período en el cual le detectaron plomo en la sangre, producto de sus años en los hornos.

Mucho tiempo más tarde se dio cuenta de que los demás compañeros que él conocía empezaron a enfermar y a morir con síntomas que resultaban comúnes entre ellos: cáncer al estómago, garganta, pulmones; ex empleados con accidentes vasculares y problemas a la piel. Hombres perdiendo la memoria y destruyéndose, literalmente, por dentro. Ex trabajadores, antes sanos, a los que abrían en operaciones de rutina y a quienes los doctores encontraban con las vísceras teñidas de verde cobrizo.

-Viejo, cuídate mucho. Y exige que te hagan en el hospital el examen de metales pesados –le dice Pino a Castillo.

En un estudio realizado en 1993 por el sindicato de trabajadores de Enami Ventanas I, se estableció que entre 1973 y 1993 habían fallecido 55 trabajadores de la Fundición. 15 de ellos murieron por cáncer, con un porcentaje de 28, 85 %, de mortalidad, lo que contrasta con el 16,1% a nivel nacional; y que 24 trabajadores fallecieron por enfermedades cardiovasculares, lo que representa un porcentaje de 46,15%, muy superior al nivel nacional, que tiene una tasa de mortandad de un 27,4%.

Lo realmente sorprendente, sin embargo, es que el 75% de los funcionarios fallecidos en Ventanas hasta 1993 murió a causa del cáncer y de enfermedades cardiovasculares.
“Si uno ve la literatura sobre contaminación de metales pesados en humanos, se da cuenta que eleva la posibilidad de enfermarse de cáncer y enfermedades cardiovasculares”, explica Pino.

500 enfermos
Pino empezó a recibir informes alarmantes. Sus compañeros iban muriendo año tras año. Hizo una lista y comenzó a llamar a amigos y viudas de los funcionarios muertos. Le dieron los Rut y buscó certificados de defunción. Muertos por cáncer a la laringe, pulmonares, a la nariz, cardiopatías. Uno de sus amigos fue abierto en una operación rutinaria y lo encontraron verde.

La lista empezó a crecer y los certificados, también. En un momento se encontró con más de 80 defunciones con causas de muerte asociadas a la contaminación. El listado de los hombres verdes llega al medio millar. Y siguen muriendo.

“Supe que Eduardo está empeorando”, dice. “Era sano, fuerte, nunca una enfermedad y de pronto este viejo empezó con las heridas. Y está mal, ya le cuesta hablar. Hace dos meses me informaron que había muerto Núñez”.

Castillo debe ir periódicamente al hospital en Coquimbo. Ha bajado más de 12 kilos y las explicaciones no son satisfactorias. Luis Pino cree que su compañero está contaminado con metales pesados: mercurio, arsénico y plomo.

Pero hay más. Según muchos, el caso clave en esta historia es la enfermedad y muerte de Raúl lagos Bastías, un funcionario de Ventanas que ingresó cuando comenzó a construirse la planta, y a quien se le comprobó científicamente la presencia de metales pesados en su sangre.

Su muerte, según su viuda, fue propia de la más oscura película de terror.

fotografias de L. Miranda

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